jueves, 17 de septiembre de 2015

Historia de un hogar: Limpiezas

Mi tía tiene una curiosa teoría según la cual, las mujeres o somos de cocina o somos de trapillo. Esto quiere decir que la que le gusta y se le da cocinar no es muy buena en la limpieza, y viceversa.

Dejando a un lado lo machista de esta teoría (no se lo he escuchado en cuanto a los hombres, pero un día de estos le tengo que preguntar a ver si se aplica también o no), lo cierto es que estoy de acuerdo con ella. Miro a mi alrededor, y conozco mujeres que tienen la casa como los chorros del oro y da la casualidad que la cocina ni les gusta ni se les da. También conozco a unas cuantas que son buenísimas cocinando, pero la limpieza no les gusta en absoluto.


Pues bien, yo pertenezco a este último grupo. Provengo de una estirpe por parte de madre (en la familia de mi padre cocinan desastrosamente, no me he fijado si limpian mejor o no porque los veo poco) en la que se cocina para chuparse los dedos, y tenemos la suerte de que los tres hermanos hemos heredado estos genes. Seguramente también influya que nos gusta comer más que a un tonto un lápiz... y en general a quien le gusta comer le gusta cocinar, creo yo.

Retomando la teoría de mi tía, si sumamos dos y dos deduciremos que yo de limpieza voy raspadita... Quiero aclarar en este punto que esto no quiere decir que en mi familia seamos unos guarros (ay si me leyera mi madre!!). Mi madre limpia, mis tías limpian, mi abuela limpiaba... bastante más de lo que yo considero necesario. Aún así, mi madre no es de esas que limpia los cristales todas las semanas, que barre todos los días la habitación de mi hermano aunque haga 3 meses que no está y cosas así. Y gracias a Dios, porque yo no podría soportarlo.

Yo soy la versión mejorada de mis antepasadas: puedo vivir sin percibir el polvo a mi alrededor. Aún a riesgo de quedar como una cochina públicamente, he de confesar que me puede la vagancia a la sensación de comodidad de mi habitación limpita y ordenada. Yo cuando estaba en Granada limpiaba más, pero ahora me da una pereza increíble.

El caso es que cuando una adquiere un piso, sea de alquiler o en propiedad, empieza a transformarse un poco sin darse cuenta... pero de eso ya hablaré en otro post con más calma.

Lo que es cierto es que estoy limpiando más en estas semanas que en toda mi vida. Rincones que no sabía ni que se podían limpiar. Muebles por arriba, por abajo, por el centro y por dentro. Estoy aprendiendo un montón de cosas. Por ejemplo lo que una se puede llegar a lesionar limpiando, porque estoy llenita de arañazos, ains! O también que mi piso es infinitamente más grande de lo que parece...

Tanto el Pequeño como yo teníamos claro que el piso era cosa nuestra, para lo bueno y para lo malo... así que pese a las insistencias de mi suegra (es que ella si es de trapillo, cocinar pichi pichá) no hemos dejado que vengan ni ella ni mi madre a echar una mano. Así que nos lo estamos comiendo casi todo solos, a excepción de una amiga que me estuvo echando una mano el primer día cuando yo no sabía ni por donde empezar... infinitamente agradecida, María!!

Y nos estamos pegando unos tutes... madre mía de mi vida! Y para nada, porque limpio cocina, vienen los muebles, vuelvo a limpiar, viene el de la encimera, limpio otra vez, viene el fontanero... esto multiplicado por todas las habitaciones que tengo, en un bucle mortal sin fin... Si llego a saber esto, os prometo que me lo pienso muy mucho, antes de comprarme el piso, y antes de decirle que no a mi suegra, jajaja!!

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